Se desdibuja el Poder Judicial
Nuestra historia política ha sido, en esencia, un
flujo incesante donde la figura del "hombre fuerte" o
"providencial" ha ocupado cada intersticio. Desde los emperadores
aztecas, cuyo poder teocrático era prácticamente totalitario, hasta los
virreyes con facultades marcadamente verticales, y posteriormente caudillos
como Iturbide, Santa Anna, Juárez, o Díaz, todos han fungido como árbitros de
nuestra realidad. Este patrón se extendió al modelo de presidentes emanados del
Partido Revolucionario Institucional (PRI), que Octavio Paz presenció y Mario
Vargas Llosa calificó de "dictadura perfecta".
Hoy, en el siglo XXI, la sociedad, a la deriva, busca un nuevo referente. La "marejada violenta del 1 de julio" de 2018, catalizada por un "hartazgo social" sin precedentes, expresó una demanda de renovación, reflejo de clamores pasados por la intervención de un "hombre fuerte" para corregir "metódicos agravios y permanentes injusticias".
Se exigió que lo construido colectivamente se distribuyera
con equidad. No obstante, en este tránsito, se plantea una interrogante
fundamental: ¿Qué ha sido de las instituciones destinadas a garantizar el
equilibrio y la justicia?
El Poder Judicial, una columna vertebral de nuestra república, parece enfrentar un despojo metódico, una desarticulación que, si bien silenciosa, es contundente. Si en épocas pasadas se le consideró, en ocasiones, un apéndice del "hombre fuerte" de turno, hoy se observa una orquestación que, según advierten expertos en derecho y defensores de derechos humanos, podría limitar "libertades fundamentales" a través de reformas legislativas.
Esto evoca la inquietud de si nos hallamos
ante una nueva modalidad de control, un eco, quizás, de la "dictadura
perfecta" pero con distintas formas.
La independencia judicial es un tema de constante
preocupación, como lo demuestran las reflexiones sobre un "Poder Judicial
autónomo" en Veracruz y la "autonomía de las fiscalías". En un
país donde una "clase política autista, cerrada, ciega" parece
empeñada en su propio beneficio, la separación de poderes podría tornarse un
espejismo. El "desmantelamiento del estado de bienestar" que algunos
vislumbraban parece extenderse ahora al ámbito de la impartición de justicia,
menoscabando su autonomía y su capacidad de ser un contrapeso efectivo al poder
ejecutivo.
Como bien señaló Borges, la historia se repite, y solo cambian "la hora, las circunstancias y uno o dos nombres propios". La pregunta que persiste es qué deparará este sendero si el Poder Judicial, custodio de la legalidad y los derechos, ve su función progresivamente desdibujada y supeditada a otros designios.
Es una cuestión que
interpela a quienes anhelan una justicia social genuina y la preservación de
los cimientos de una república que, aunque desafiada, aún demanda su
equilibrio.
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