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24 octubre 2025
Cuento: Un viaje que nos tenga encadenados
Un viaje que nos tenga encadenados
Miro a lo lejos la autopista entera,
miro la curva que me espera.
Examino tres cuestas consecutivas
que abarcan un par de kilómetros.
Estacionado, desde lo más alto de la colina,
pienso acelerar a fondo para descender
violentamente a 180 o 190 kilómetros por hora.
Lo que quiero es chocar contra algo:
contra un abismo o contra ti.
Pruebo el acelerador mientras pienso que has sido muy clara:
–‘Ya nunca, nunca más quiero que te atravieses en mi vida’.
Apoyo mi mano sobre la palanca de velocidades
Pruebo el acelerador mientras pienso que sólo hay una manera
de encadenarte a mí y tenerte en mis brazos.
Rápido, hago el cambio a primera.
Es lunes. Me gustaría saber dónde estás y qué haces. Me gustaría saber si realmente estás sola. A cada rato dices que no sabes si podré verte cada semana y eso me desespera. Yo me conformo con un pedazo de ti que de por sí eres muy chica, como enana. Así que un pedazo tuyo será como la octava parte de una pizza infantil de champiñones. Me conformo con que viajemos una vez más a alguna parte como cuando viajábamos y tú ibas conmigo, como una nena encantada, vigilando el funcionamiento del coche. ¿Lo recuerdas? ¿Te das cuenta que la vida acaba para ti y para mí desde ahora? Por eso quisiera efectuar de nuevo el descenso del río, efectuar ese viaje que nos tendrá encadenados por tres horas, uno al otro, tomados de la mano o abrazados, riéndonos mientras nos moja el agua del río, riéndonos mientras se van las horas, riéndonos mientras se va nuestra vida de pareja para siempre, como se va desencadenada el agua del río rumbo al mar, riéndonos mientras se escapa lo único que no podemos encadenar que es nuestra vida juntos. Yo te invité a viajar por el río descendiendo rumbo al pueblo en una lancha. Dijiste que sabrías hasta la noche si terminabas la tarea pendiente del descarnado aparato respiratorio con el rostro de Luis Miguel tomado de la portada de un disco y que entonces me hablarías para confirmar. No llamaste. Pero de cualquier forma yo fui por ti, me aparecí en tu casa emocionado y tú te sorprendiste porque mis visitas a tu casa se habían acabado sin remedio y nos largamos a buscar la lancha inflable. El viaje al río estuvo excelente. Un viaje en el que recorrimos el río perfectamente mojados. Tardamos tres horas en el recorrido. Al final fuimos a comer al recodo desde donde miramos aquellos muchachos viajar a bordo de unas llantas enormes. Tú comiste, como siempre, cinco truchas, porque eres una piraña por el tamaño físico que tienes y por tus dientes. Una señora muy atenta las pesca en un estanque mientras tú, que eres una nena muy curiosa, observas la operación y rodeas mi cuerpo con tus miles de brazos y me besas, me besas diciéndome que nunca me vas a dejar solo. También, como siempre que terminas tu comida, volteas a los lados para revisar lo que comen otras personas en las mesas vecinas porque eres insaciable y por eso estás engordando. Las señoras y los niños que comen tranquilamente su sopa de mariscos se extrañan cubriendo con sus brazos sus respectivos platos, por precaución, mientras imploran ayuda a los meseros señalándote discretamente con los ojos. Los meseros no alcanzan a entender que tú eres la cosa señalada, no alcanzan a comprender que las señoras y los nenes te señalan por peligrosa porque castañeas los dientes mientras los ojos te brillan examinando de lejos los platos de sopa. Tu costumbre es mirar a todos golpeando los dientes entre sí para dar a entender que te quedó hambre. Tu costumbre es mirar a los nenes ajenos como con una revoltura de nostalgia y conformidad. Como recordando al nene que jamás fue. Al nene que ahuyentamos con espinas, al que pudimos entregarle todo y le negamos todo. Aquél que condujimos, hace meses, hacia una mesa llena de cuchillos, y dejamos allí mientras la vida se nos iba a ti y a mí y a él, al hijo aquél que analizamos a la luz de la luna para mirarle los lunares cuadriculados, negros y blancos, que alguna vez dijimos, ¿lo recuerdas? Es el hijo que hincamos de frente a los cristales a contemplar juntos, los tres, la lluvia, aquel que desencadenamos en el bosque: un Hansel pequeñito, una Gretel minúscula que giraba su cuello de nena agonizante, para buscarte a sus espaldas, para vernos desde el espejo, para vernos desde los últimos árboles, para mirarnos desde la mesa llena de cuchillos. Tu costumbre es mirar a los nenes ajenos como con una revoltura de nostalgia y conformidad. Como recordando al nene que jamás fue. El que soltamos de la mano todo picado de avispas, el que no pudo escapar de las víboras, el que no pudo huir de aquel disparo. No sé si lo recuerdas pero era el que en el fondo de tu vientre daba pasos de toro presintiendo. Fue el que concebimos bajo el farol solitario de una habitación oscura y que desencadenamos de nosotros para que nada nos atara. Yo le mirabas los pies, tú contemplabas sus manos, él nos miraba con ojos sollozantes. Tú lo ponías de espaldas, le mirabas el pecho, le tocabas las uñas, le contabas los labios para saber si nos vibraba entonces, a ti y a mí, el corazón apolillado. Aquel hijo inconcluso me asesina: me asalta a media noche, me sigue a todas partes con un pan en la mano, y una rama con una espina roja. Mientras sigues pensando en el niño que se desencadenó de nuestras manos, los meseros se preocupan, pero en vano, pues no eres realmente de peligro a pesar de que tus nuevos lentes te dan un aspecto como el de Aníbal Lecter. Me levanto con discreción para decirle al gerente que eres muy pequeña y chasqueas los dientes como con hambre o rabia pero que no eres peligrosa. Si te levantas a mirar el río desde el balcón, con la preciosa falda amarilla que deja adivinar tus formas, las señoras cubren a sus bebés temiendo lo peor, con más miedo que si acercara un tigre. Te hacen ver como diabólica los lentes azules de Batman que te obligarán a vestir sólo de azul para siempre porque no combinan con ningún otro color, pero fue tu gusto de nena caprichosa. Es que eres mi adorada piraña bebé, mi amada piraña de lentes azules que quise tener para siempre en la pecera que ahora yace rota. Ya no podremos revivir este amor que sólo deja dolorosos recuerdos. Qué curioso: no deja cartas que romper, no hay fotografías ni discos que devolver. Deja sólo recuerdos amargos y un muy breve inventario de regalos: dos lapiceros rojos, una corbata, media cama (eso dices), un teléfono móvil, unos lentes azules, un cuadro con un ramo de girasoles derramándose. No hay ni siquiera una canción distintiva a pesar de que te lo pedí tantas veces.
Rápido, hago el cambio a segunda. A 80 kilómetros por hora,
lo que quiero es chocar, acelerar a fondo sobre la autopista
y chocar contra un árbol o contra ti,
ahora que ya no estás conmigo. Lo que quiero es correr sobre esta carretera
que es un río y chocar contra algo, contra una curva,
al final de ese violento viaje que quiero que nos tenga encadenados.
Ahora te pienso mientras viajo violentamente a bordo del coche que acelera como escribiendo los últimos renglones de mi vida en una última carta. La carta escrita en el río, la carta escrita en un viaje que nos tuvo encadenados uno al otro sobre el río: ¿No extrañas los jalones de cabellos, los pleitos, los golpes en la nariz, la sangre, los gritos para que te quedaras callada cuando peleábamos? ¿Recuerdas los reencuentros y los sollozos en que jurábamos que ya no habría pleitos nunca más? ¿Recuerdas cuando, peleados, te invitaba amistosamente a que descendieras de la unidad como si fuese yo un policía? ¿Recuerdas las amorosas reconciliaciones, los apasionados reencuentros después de dos o tres días de pleito?, ¿recuerdas la vez que te puse las calcetas porque hacía mucho frío mientras te extrañabas que te tratara con tanto cariño? Debes recordar que lo dijiste a la mitad de la habitación:
– ¿Por qué hasta ahora que todo va a acabar entre nosotros me pones cariñosamente las calcetas? ¿Por qué hasta ahora me ayudas a vestirme?
Me lo dijiste a la mitad de la habitación, a la mitad de la cama pública donde tu corazón se partía en dos, se repartía, un poco para ti y un poco para mí, como la pizza. Se nos desgajaba tu corazón sobre la cama, sobre la carretera en la que me besabas, en medio del bosque oscuro donde alguna vez hicimos el amor y donde alguna vez fuimos a extraviar a Hansel y Gretel. Para ti y para mí se nos desgajaba tu corazón de nena bella, a bordo del auto estacionado, barriéndonos las luces de otros coches, pintando de amarillo nuestros cuerpos después de cada ruido tras las curva. Yo vigilaba a lo lejos las rápidas luces rojas y tú estabas excitada y húmeda, sobre tus manos y sobre tus rodillas, sobre el deseo animal que nos ahogaba mientras adelantabas tu rostro sudoroso a los cristales empañados, y yo te miraba desde atrás y desde muy adentro de ti con ninguna otra mirada que la tuya. Después tú te ovillabas muda sobre mi pecho sabiendo que cabes en mis brazos o con temblor de amorosa pasión me cabalgabas enseguida hasta delirar y gritar y morder diciendo siempre al terminar, con ojeras y con la piel fría, que todos los orgasmos son horribles. Me llamabas por teléfono, seguías mis olores en los parques, me propagabas mariposas, me enviabas dinosaurios por teléfono cuando yo no aparecía. Para ti y para mí se nos desgajaba tu corazón de nena buena, debajo de unos puentes, en la orilla de algunas autopistas como ésta sobre la que estoy empezando a acelerar a bordo de mi coche. En la oscura complicidad de tu casa abandonada. En la oscuridad cómplice de cierto cine, oscuridad en la que comprobé tantas veces, urgidos, en la última fila, como explotaba derramándose la líquida velocidad de tu mano derecha. Abandonada como tu cuerpo abandonado en el sofá de tu sala para que yo entrara en él. Como cuando sobre el sofá yo te veía caer en el blando algodón que es el olvido momentáneo durante el cual pedías que yo actuara despacio, en el que esperabas de bruces, deseosa, la embestida, el empuje de mi más duro deseo. Yo sé que no es fácil para ti separarnos aunque quieras hacerte indiferente. Ahora viajas en otro coche, ahora miras otros ojos, ahora vas por las calles apoyada en otro hombro, tocada por otra mano, ahora te ríes de otras bromas, ahora has hecho otro prisionero de guerra y lo guardas ilusionada bajo tu techo, ahora escondes ilusionada a otro visitante nocturno. Sé que cuando suena la puerta de tu casa porque ya es de noche y llega el nuevo visitante, tú escuchas los golpes desde la cocina o desde tu recámara, la odiada perrita se inquieta y tú dejas de hacer tus quehaceres, dejas de hacer la comida, dejas de ver la televisión, dejas de acomodar las revistas de siempre, te pones tu bata azul y tus sandalias y empiezas a caminar los pocos pasos que te separan de la puerta, empiezas a recorrer la distancia que te separa del hombre que ya está en tu portal, separado de ti por la puerta metálica, comienzas a contar los pocos pasos que te separan del hombre que toca tu puerta y que ha llegado en un coche que suena diferente, un hombre al que absolutamente no le importas, tú misma me lo dices, un hombre que no tiene reloj y llega tarde a todas partes. Yo te lo pedí siempre al temer perderte cuando sintieras de cerca una ilusión distinta a la ilusión que yo desperté en ti, siempre te lo pedí:
–No saludes a extraños.
Golpéame si no es cierto: ¿No te lo dije, no te pedí que no saludaras a nadie que para ti fuese un extraño? Te lo dije porque con esa advertencia quería protegerte, defenderte de todos y defenderte del nuevo visitante nocturno que ahora debe estar tocando con insistencia tu puerta. En el fondo ruegas que sea yo el que acaba de llegar, ruegas para que por un momento siquiera sea mi figura la que se recorte de pie sobre la banqueta, quieres que sea yo el visitante pero tú sabes que ya nunca será igual, ya sabes que ya no habrá las bromas que tantos años nos unieron, la intimidad que nos cobijó tantos años: el visitante no soy yo y estoy seguro que eso es para ti un desencanto. Sé que mientras caminas esos pocos pasos que te separan de la puerta te gustaría que fuese yo el que se aparece y te dé un beso y te levante girando por los aires como antes. Te gustaría que sea yo besándote y peleando contigo a causa de la perrita espantosa que se acerca a mí husmeando y mordisqueando mis tobillos, y que aborrezco porque ladra en el momento menos oportuno. Contesta por favor, golpea con tus respuestas:
-Nena, ¿verdad que el suyo es otro aliento, verdad que es otra la textura de labios, verdad que es diferente la boca, verdad que es un brazo distinto, verdad que es otra la risa que inunda tu casa? ¿No es cierto que son otros los pasos sobre la banqueta, no es cierto que son otros los besos, no es cierto que es otra la manera de llamar a tu puerta? ¿No es otra la camisa, la forma de acariciar, de reír, de bromear, de estar solos? ¿Verdad que no te dice ‘nena linda, preciosa y encantadora’?
Responde por favor, te lo ruego: golpéame.
-¿Verdad que su cuerpo pesa lo mismo que el mío pero de una manera muy distinta?
Dímelo, dímelo, dímelo, a como me dijiste al separarnos:
–Te voy a extrañar, me voy a sentir sola.
Pero parece, al cabo de pocos días, que estás ya acostumbrada a vivir tú sin mí como si nuestro violento amor de tantos años, lleno de uñas y dientes y saliva y cabellos y pleitos y besos, se hubiese acabado para siempre. Lastímame, y enseguida moja tus pies en mi sangre respondiendo:
-¿Realmente se acabó todo?
Dime que no, háblame para decirme:
–Te amo.
Llámame, por favor, para decirme al oído una broma que es nuestra:
–Quiero verte la cara.
Te lo ruego, háblame por favor para decirme:
–Eres tú quien me importa.
Háblame para que de nuevo descienda yo en ti, para que de nuevo penetre yo en ti como siempre, como si no hubiese pasado nada, para que de nuevo te abandones y te entregues a mí con la pasión con que me dabas todo. Háblame para que de nuevo pueda yo comerme tus senos llenos de leche y miel, tu piel llena de aceite. Háblame para beberme tu saliva llena de vino. Háblame para que pueda yo comerme tus piernas absolutamente abiertas y devorar, durante un mes, por favor, sólo durante otro mes, tus entrañas más íntimas llenas todas de sal, para que de nuevo yo me llene de tu sangre y tus huesos y tu olor y tus vellos, para que como hace cinco años empecemos de nuevo el juego de esta pasión imbécil que no se apaga nunca, para que de nuevo empecemos a hacer el amor como la nena principiante que eras hace cinco años; el amor que hoy sólo podemos manejar con guantes porque se ha convertido en dos rencores filosos que se desplazan. A pesar de que decides acabar con todo, siento por un momento que te esfuerzas por tender un último puente inútil entre nosotros dos cuando te interrogo por qué llegaste a las diez de la mañana si habíamos quedado de vernos a las nueve. Yo me imagino lo peor, que al mismo tiempo es lo mejor para darme fuerzas y odiarte y golpearte, y acabar de una vez con todo para siempre. Me imagino (si lo imagino es cierto) que te quedaste haciendo el amor con tu nuevo visitante nocturno en el mismo sofá donde lo hacías conmigo. Yo quiero que me confieses los detalles íntimos más escabrosos para empezar a odiarte más fuerte con razones fundadas. Responde por favor, humíllame, lastímame, golpea, golpea, golpea:
– ¿Lo has besado en todo el cuerpo y no sólo en la boca?
Me das a entender que sí. Sugieres que sí estuviste con él en la misma cama en la que estuviste conmigo y te justificas pretextando un desquite:
–Es que tú andas con otra.
Y cuando por última vez te dejo a una cuadra de tu casa, siento que deseas decir que no es cierta mi sospecha y que realmente te quedaste mirando la televisión y que esa es la única causa de tus ojeras, de tu desvelo y tu impuntualidad. Bajas del coche y, asomándote a la ventanilla, intentas aclarar algo temiendo una definitiva ruptura entre nosotros:
–No tengo por qué explicarte pero anoche estuve viendo películas hasta las dos de la mañana. Por eso llegué tarde. A él no lo he visto desde el jueves.
Siento que es un último y contradictorio intento tuyo de no romper para siempre conmigo y para tener de vez en cuando dos prisioneros juntos: un último guiño tuyo para no terminar y para volver a platicar el lunes a como yo te lo pedía con insistencia. Siento también que es demasiado tarde y, llorando, decido empezar el viaje que ha de encadenarme para siempre a ti y tomo la autopista. Acelero violentamente en éste viaje instantáneo en que busco encadenarte a mi mediante la trampa de dejarte ya en paz para siempre: libre con tu nueva ilusión. Una ilusión fugaz que es un planeta triste en el que te engañarás pensando que ya tienes una pareja que será sólo tuya y cuyos brazos van a abarcarte mientras duermes, en el que te engañarás creyendo que ya no vas a vivir sola. No te engañes, lo sabes: realmente no le importas. Te dejaré ya en paz mediante la trampa de ya no llamarte por teléfono para no hacerte sufrir, no hacerte llorar, ya nunca lastimarte.
Rápido, hago el cambio a tercera muy cerca de la curva.
A 140 kilómetros por hora mi horizonte se estrecha mientras busco un abismo.
Acelero más y más mientras siento un golpe duro en la llanta.
El coche salta en desequilibrio inestable acotamiento y guarniciones.
Derriba contenciones metálicas.
Oigo el ruido rasposo de los primeros arbustos resistiendo.
En el último instante, sobre el retrovisor, te lo juro,
en dos adivinanzas se reflejan tus ojos.
A 190, pasan veloces a mi lado los múltiples árboles móviles
que salen evasivos a mi encuentro,
mientras golpea violentamente al parabrisas,
con sólida violencia de astillas,
el único árbol fijo que
hay en la curva
que me
espera
.
23 octubre 2025
Expresidentes presos.
19 octubre 2025
Fonden: Desmantelar un escudo.
Desmantelar un Escudo: ¿Error Estratégico o Castigo a la Corrupción Pasada?
El Diagnóstico Amargo y la Solución Controvertida
El
debate sobre la supervivencia del Fondo de Desastres Naturales
(FONDEN) no es meramente administrativo; es una encrucijada moral y
estratégica para el Estado mexicano. La propuesta de desaparecer este
fideicomiso surge de una premisa innegable y dolorosa: el FONDEN, a lo largo de
las administraciones del PRI y el PAN, se pervirtió. Se transformó, según
numerosas denuncias, de un mecanismo de auxilio a una caja chica para la corrupción
y el desvío de recursos públicos
El argumento es simple y contundente: si la herramienta se usó para robar, hay que eliminar la herramienta.
Sin
embargo, esta solución, por directa que parezca, es profundamente miope. Abolir
el FONDEN es castigar la función indispensable que cumple por la falta de
honradez de sus antiguos gestores. Es una medida reactiva que confunde el
síntoma (la corrupción en el manejo) con la necesidad (la existencia de un
fondo de emergencia expedito).
El FONDEN fue creado para un fin claro: garantizar una respuesta financiera inmediata ante catástrofes naturales. En un país como México, altamente vulnerable a sismos, huracanes, y sequías, esta rapidez es vital. Cuando un desastre golpea, el tiempo se mide en vidas y en el sufrimiento de la población. Contar con un fondo que pueda liberar recursos al instante, sin depender del lento proceso de reasignación presupuestal del Congreso, es un activo estratégico que ninguna nación con riesgo sísmico y costero puede darse el lujo de desechar.
Desaparecer
el FONDEN implica desmantelar, de facto, toda la arquitectura financiera de
respuesta a desastres del país. Esto incluye los instrumentos de transferencia de riesgo, como los
bonos catastróficos y los mecanismos de reaseguro internacional. Al eliminar el
fondo, el Estado mexicano asume el 100% del riesgo financiero de una catástrofe
mayor, poniendo en peligro no solo la reconstrucción, sino la estabilidad de
las finanzas públicas ante un evento de gran magnitud. Es, paradójicamente, una
decisión de alto riesgo financiero tomada en nombre de la austeridad.
La Prueba de Fuego de la Honestidad Gubernamental
La
actual administración tiene como bandera fundamental el combate a la corrupción
y la aplicación de la honestidad republicana.
Si el FONDEN se administró de manera corrupta con los gobiernos anteriores,
este momento representa la oportunidad de oro
para demostrar que la corrupción no es inherente al mecanismo, sino a quienes
lo operan.
La
verdadera prueba de honestidad no es la eliminación por miedo o desconfianza;
es la administración pulcra y ejemplar de
un instrumento que la nación necesita. El camino no es la abolición, sino la reforma radical del sistema de gestión.
Para
sanear el FONDEN y convertirlo en un modelo de transparencia, se requiere:
1.     
Sustitución
Total del Personal y Nombramiento de Gestores Intachables: El enfoque debe ser mantener el fideicomiso con sus
reglas financieras, pero colocar a la cabeza a gente honesta con
capacidad técnica y probada honorabilidad. Los operadores deben ser servidores
públicos que entiendan que el recurso es sagrado y que la corrupción en este
ámbito es un crimen contra la vida y la seguridad nacional.
2.     
Transparencia
Ex Ante y en Tiempo Real: Establecer plataformas digitales abiertas donde cada
erogación del FONDEN sea visible y rastreable por la ciudadanía y los órganos
de fiscalización antes de que se concrete el
gasto, y no meses después. Esto implica hacer públicos los listados
de damnificados, los criterios de asignación y los contratos de proveedores en
tiempo real.
3.     
Fortalecimiento
de la Fiscalización Preventiva: Dotar a
la Auditoría Superior de la Federación (ASF) y a la Secretaría de la Función
Pública (SFP) de facultades para realizar auditorías continuas y
preventivas a los proyectos de reconstrucción, interviniendo
inmediatamente ante cualquier indicio de sobreprecio o desvío.
Desaparecer
el FONDEN es admitir, implícitamente, que la administración actual carece de la capacidad o la voluntad
para gestionar un fondo sensible sin caer en las mismas prácticas que critica.
Es rendirse ante el fantasma de la corrupción pasada en lugar de vencerlo con
eficacia y transparencia.
No Abandonar el Escudo: El Imperativo Estratégico
La
decisión de eliminar el FONDEN es una renuncia a la planificación estratégica
en favor de una medida simbólica. Cuando llegue el próximo gran sismo, o el próximo
huracán categoría 5, el gobierno se verá obligado a improvisar. La espera por
reasignaciones presupuestales en medio de una emergencia solo multiplicará el
sufrimiento y aumentará los costos sociales y económicos a largo plazo.
El
argumento de que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) puede
administrar estos recursos directamente no es suficiente. El FONDEN funcionaba
como una reserva líquida y dedicada; mezclar
sus funciones con el presupuesto ordinario centraliza la decisión y la vuelve
vulnerable a recortes políticos, restándole la flexibilidad y la rapidez que
requiere una respuesta de emergencia.
La
sociedad no pide la permanencia del FONDEN corrupto del pasado, sino la
creación de un FONDEN honesto y eficiente para
el futuro. Es responsabilidad del gobierno de la Cuarta
Transformación, investido del mandato de acabar con la corrupción, sanear el instrumento, no destruirlo.
México
necesita un escudo financiero robusto y rápido ante los embates de la
naturaleza. La desaparición del FONDEN es una victoria póstuma para la
corrupción, pues paraliza la capacidad de respuesta del Estado. El momento
exige temple: demostrar que es posible tener
un fondo de auxilio manejado por gente honrada y transparente,
convirtiendo este mecanismo no en un recuerdo de la cleptocracia, sino en un
símbolo de la nueva gestión pública. La Patria lo demanda; la honestidad debe
ser el cimiento, no la excusa para desmantelar lo que salva vidas.
